Por: Nelson Hurtado Obando.
“Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”, es lo que, desde el diccionario, más nos acerca a la sociología del movimiento “INDIGNADOS”. INDIGNADOS hemos estado desde muchos estancos de nuestra historia, hasta los presentes días, solo que ahora la indignación ha encontrado canales de circulación más expeditos, pudiendo llenar todos los espacios de la esponja social, en tiempo real.
Como con el agua, -al decir de los ingenieros-, con la indignación no se pelea, se negocia y eso es lo que hemos visto que ha ocurrido en todas partes del mundo y recientemente en Colombia.
Pero si bien, los motivos o causas de INDIGNACIÓN, que nos determinan a los INDIGNADOS a asumir alguna posición, encuentran en la nobleza del bien común agraviado, su detonante, no es menos cierto que por noble y racionalmente probable y justificable que la INDIGNACIÓN SEA, ella, en y para sus efectos causales, no tiene canales racionalmente probados, por los cuales pueda circular sistémicamente, como VALOR SOCIAL.
De esta manera, la INDIGNACIÓN, como valor social y además legítimo y potencialmente legitimador, empieza a mostrar su parte oscura o lo que es la indignación irreflexiva, que finalmente es la contención o el dique y la negación de la nobleza de sus causas determinantes, para serenarla y re conducirla, por cauces o canales artificiales.
Así, la INDIGNACIÓN tiene una existencia efímera.
Pero es que además, la INDIGNACIÓN, ya como valor social, democrático, como causa común, serena, aquietada en medio de la tempestad, empieza su discurrir racional, ni siquiera desde las cuestiones acerca de qué, quién, cómo o dónde la ha originado, sino desde la respuesta de tener hallado, casi de manera pre determinada, un escenario del mal y uno o unos culpables.
Y el lado oscuro de la indignación, la indignación irreflexiva, cumple su rol, de tal modo que la indignación deja de ser: “Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”, para convertirse en discurso, en retórica y en juicio, respecto del hallado o construido culpable y hasta aquí, aún no habría maleficencia, predicable respecto de sus causas nobles.
Pero como estamos hablando de valor social, de una sociedad interdependiente e intersubjetiva y por lo tanto de existencia de fuerzas sociales y considerando que la indignación sea así como una fuerza social de reacción, deviene no solo canalizada, sino capitalizada políticamente, no desde CAUSAS y BANDERAS, sino desde la lectura o notificación del juicio al que ya fue construido y hallado culpable, lo que facilita la solidarización, -no la solidaridad- y la cohesión del aglomerado, -no su coherencia-, lo que deviene útil, desde el hacer innecesarios el pegamento ideológico y las escalas axiológicas y deontológicas, en tanto todo lo justifica y se justifica en el culpable, desde lo cual podría tener cierta corrección política la expresión de un gobernador, que ha dicho que en su gobierno, “no será el fin, el que justifique los medios, sino que serán los medios los que justifiquen el fin.”
Así, el aglomerado, sin ninguna clase de pegamento, mantendrá cohesión, estará reunido, pero no tendrá coherencia, por lo que su existencia termina con la capitalización política, que por lo general es un reclutamiento espontáneo y masivo de adeptos, pero no de afinidades ideológicas, doctrinales, programáticas, axiológicas, ni deontológicas; transitorios, en tanto no hay tampoco principialística que oriente y guie; esa parte oscura o indignación irreflexiva, es descubierta y capitalizada a su vez, por otros grupos a través de personajes o caudillos, cuyo discurso es referente diacrónico, en tanto se cumple aquello que nos informa que: “en política, no todo lo que se piensa y se siente, se dice y tampoco todo lo que se dice, es lo que se piensa y se siente”.
A la capitalización política de la indignación irreflexiva, le basta, quien haga remembranza de la nobleza de la indignación, de la justicia y racionalidad de las causas detonantes, de la referencia constante al bien común, las cuales finalmente resultan sacrificadas por lo general en la piedra de ara, del culto a los personalismos y a las individualidades del caudillo, no escogido, no elegido, no producto del consenso, sino de la concomitancia de circunstancias y tan solo por el hecho de estar allí, a la hora justa y en el lugar adecuado. El caudillo sabe bien, que la indignación irreflexiva, se deja seducir y no hay mejor manera de lograrlo, que decirle y repetirle lo que quiere oír, (J. Goebbels. N. Chomsky), pero de modo trascendente, de tal modo que la indignación irreflexiva, pueda ser vestida como el “común acuerdo”, la “feliz coincidencia”, desde el unanimismo o creencia, en que todo el mundo está pensando, sintiendo y diciendo lo mismo: ese es el enemigo, esa es la causa del mal, no importa que sea uno o muchos; el construido y hallado culpable, será la sumatoria de todos los culpables y de todos los males, lo que permite consolidar un discurso de un único frente de batalla.
Pero lo grave del unanimismo, en que finalmente se transforma la indignación irreflexiva, no es la carencia de pegamento ideológico, sino el uso de un aglutinante perverso, discursivamente inodoro, insaboro e incoloro, en tanto está como legitimado, pero que es subyacente, subterráneo, que es el odio, puro odio, pasional y que se expresa o materializa en la magnificación del desacierto del otro, del error del otro, del hacer o no hacer del otro, del decir o no decir del otro, en el plano de referencia de lo que el caudillo dirá o diría, de lo que hará o haría o desde lo que dijo o lo que hizo, a lo cual se le va denominado programa, plan o estrategia, para la restauración, la salvaguarda del bien común……y todo lo que a ello se quiera pegar, como la democracia, la institucionalidad, la seguridad, la paz, la justicia, etc., sin que importen los tiempos y los espacios y los estancos históricos superados.
Desde la indignación irreflexiva, como subproducto de baja calidad de la INDIGNACIÓN, los INDIGNADOS, pueden ser conducidos dócilmente, por la alta maleabilidad que tiene el aglomerado, desde la inconsistencia en su proceso formativo, pero de manera especial, por la incoherencia de que carece, desde lo cual, las supuestas “causas comunes” que les aglomera o mantiene reunidos, -no unidos-, dan lugar a la desaglomeración, cuando los derechos y más los intereses personales, particulares o privados de los adeptos, no negados, no desconocidos retóricamente, no encuentran realización práctica en escenarios de libertad frente al temor y de libertad frente a la necesidad,
Mientras la INDIGNACION primera, como valor social y democrático, se apaga, -y bien que así ocurra cumplidos sus fines-, su lado oscuro o indignación irreflexiva, se consolida, se proyecta, se retroalimenta, se engorda, desde el “todo vale”, -compendio perfecto de Goebbeles-, y actúa, supuestamente encauzada en el contexto democrático, a través de movimientos u organizaciones, con apariencia de organización político – partidista, sin principios, sin doctrina, sin idearios, sin filosofía, sin programas, en tanto les basta mantener encendido el fuego pasional, a lo que es buena sustancia combustible, el pegamento del aglomerado.
Pareciera que las sociedades hayan iniciado un camino de regreso, a estadios o estancos históricos ya superados y que la parte oscura de los INDIGNADOS y de la INDIGNACIÓN, legítima y legitimadora, su parte de indignación irreflexiva, esté abriendo el camino a lo que en la historia se conoce como la “crispación política” , que en cada contexto pareciera espontánea, pero que no es más que reacción a cualquier estímulo, polarizante y altamente comburente. Desde M. Duverger, pasando por Tocqueville y hasta llegar a los más modernos politólogos, la sociedad humana ha podido reconocer y aprehender que los Partidos Políticos, como organizaciones institucionales, son inmanentes a la construcción, vigencia, permanencia y estabilidad de la democracia, como expresión de la madurez de la civilidad y que los escenarios verdaderamente democráticos, más que en el consenso, están fundados sobre la comunión, a cuya formación para nada es útil la indignación irreflexiva; al punto tómese -como muestra de estudio, como objeto de estudio-, cualquier discurso y en cualquier país y nótese que el discurso político, es además de ambiguo, ambivalente, tanto desde lo lingüístico, lo político, como desde lo sicológico, por lo cual indistintamente podrá ser como una especie de “cuenta de cobro” y subsiguientemente un “programa de gobierno” o ser una profunda declaración de pasión, emoción o sentimiento patriótico, como una declaración de guerra, dado que la indignación irreflexiva, finalmente es como una puerta, a través de la cual se pasa del amor al odio y viceversa y sin ninguna dificultad.
La INDIGNACIÓN primigenia, la reacción primaria, legítima y legitimante, ha quedado atrás, los INDIGNADOS primigenios, han desaparecido en el aglomerado que es la indignación irreflexiva, que no es más que reunión, -no comunión-, incluso de intereses en conflicto, que subsisten, latentes y que podrían llegar a imponerse, a la noción misma de la “causa común” que la aglomera.
La indignación irreflexiva, es pues, más emocional que racional, es como arena movediza, desde la cual, obtiene cierto movimiento pendular, que provee la energía suficiente al marketing político, pero que no es en definitiva construcción de civilidad, ni de democracia, pues no abandona el contexto, al decir de Chomsky: ”problema-reacción-solución” , que es en definitiva una articulación, diría que algorítmica, que para efectos de la política en su relación sustancial con la democracia y la vida institucional, no provee información sobre previsibilidad y control de consecuencias y hechos no deseables.
La gobernanza del Estado Democrático, no es pues cuestión de meros sentimientos, emociones y pasiones exacerbadas.
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